Viajando por Primera Vez.

Lic. Santos Acevedo, Presidente de FUNDOREX
Lic. Santos Acevedo, Presidente de FUNDOREX

Santos Acevedo

Recuerdo que sólo pensar en salir de la República Dominicana se convertía en un gran desafío en mi vida del que sólo me tranquilizaba diciéndome que también sería una emoción cargada de sueños, que sería una aventura repleta de temor hacia lo desconocido.

Recordé que amigos que llegaron a salir del país me habían comentado “viajar es tan extraño que no sabemos si es bueno o es malo a pesar de que como aventura vale la pena”.

El caso fue que me sentí motivado a hacer una visita a Estados Unidos para conocer sus virtudes y a la vez enterarme de aquellas cosas no muy buenas que envuelven la cotidianidad de esa gran nación, tan poderosa y tan fuerte como la muralla china.

Después de hacer las diligencias pertinentes para obtener el visado en la embajada de los Estados Unidos, y siendo otorgada la autorización para residir de una manera legal en esa tierra –tan rica aunque a la vez pobre en relaciones humanas– me decidí comprar un pasaje de una vía, ya que por mi mente no cruzó un regreso inmediato.

El tiempo pasó y sin darme cuenta llegó el día que me tocaba salir de esta patria de tantos inmortales y de una música que hace bailar hasta a los difuntos. Salgo de mi casa bajo un sol tan ardiente como el de un cañaveral en un país con unas costas bañadas por el ancho azul del Mar Caribe, cuando me pregunta el chofer que a qué hora es el vuelo. Busco un poco inquieto en el bolsillo de mi chaqueta y encuentro la información pero la pregunta me hace caer en cuenta que por mucho tiempo no podré mirar hacia ese lejano punto en que se enjuagan el mar con el horizonte azul. Siento sueño pero me resisto a ser vencido cuando a la distancia observo una torre que me indica la cercanía del aeropuerto José Francisco Peña Gómez ó Las Américas.

Rápidamente llegamos a la terminal, el chofer estaciona su vehículo y vocifera “don ya llegamos’. Me espanto un poco y abro torpemente la puerta del vehículo, miro alrededor y contemplo un poco triste las palmeras que bordean las azulejas aguas del Mar Caribe. A seguidas doy vuelta y camino hacia el mostrador, me dirijo hacia una joven muy amable quien me requiere el pasaje de abordar. En ese momento cruzo mi mirada hacia el computador y veo aparecer mi nombre cual como un relámpago informa que estoy autorizado para abordar el vuelo programado para las 8 de las noche.

Después de pasar las vicisitudes de Migración cruzo la rampa y ya dentro de la aeronave encuentro el número de asiento para mí designado cuando comienza la letanía de la azafata explicando las instrucciones para casos de emergencia. Una pasajera comienza a llorar al tener que separarse de uno de sus hijos y sin quererlo penetran en mí sentimientos de nostalgia. La escena se rompe ante el sonido de los motores y escucho una voz femenina que proviene de la cabina del piloto diciendo algo que no entiendo a lo cual añade la hora en que llegaremos a Nueva York.

Despega del avión a una velocidad que parece dejar las llantas pegadas a la pista de despegue y ya en el aire comienzo a pensar cómo será esa lejana ciudad, si es verdad que la gente da una patada y salen los dólares por doquier, si en la casa donde voy a vivir sus moradores serán tan ricos como lucen cuando vienen a la República Dominicana, si mi inglés será tan bueno como para hacer mucho dinero, si es verdad que los trenes son grandes y sucios, si los ‘tígueres’ dominicanos juegan dominó en las esquinas o cuantos dólares ganaría a la semana para así poder comprar mi casa. Así pensaba yo en mi mundo de quietud cuando de repente veo una azafata con un carrito brindando papitas y refrescos y me olvido de mis pensamientos para dedicarme a probar una pequeña merienda.

Durante el viaje me entretuve leyendo revistas y mirando una película cuando sin darme cuenta nos acercamos a Nueva York y ya volando sobre la ciudad pude observar lo majestuosa que es, parecía un arbolito de navidad repleto de luces que prendían y apagaban. Por fin aterrizamos y al tocar tierra escucho un fuerte aplauso que me hizo pensar que un artista famoso venía con nosotros cuando me percato que son los dominicanos que en agradecimiento aplaudimos al piloto por su buen trabajo.

Hicimos todo el papeleo de inmigración y por fin salimos del aeropuerto Kennedy. En el camino comienzo a notar muchas luces en las carreteras y aunque veo carros corriendo a una velocidad impresionante no llego a ver carros de concho como en Santo Domingo, sólo carros de color amarillo que son los del concho aquí.

Arribé a la casa de mis parientes donde me recibieron con saludos y alboroto y me brindaron una buena comida y una copa de Brugal. Al día siguiente me dice el tío que cuándo pienso buscar trabajo y le contesto que cuando tenga los papeles listos para trabajar, a lo que me mira un poco incrédulo. Pasa una semana cuando al fin recibo los papeles y escuché al tío susurrarle a la esposa “por fin va a trabajar”.

Comencé mi travesía en busca de trabajo pero pasaron días y semanas y nada de suerte. Ya no podía dormir ante esa situación que me atormentaba, al punto que una noche me hice el dormido en la sala la cual usaba como dormitorio, y fue en esa ocasión que escuche al tío decir “sí éste no consigue trabajo lo voy a sacar de esta casa porque en este país hay que venir a producir y el que no produce se va aunque sea con el dolor de mi alma”. En ese momento pensé pero caramba, este no es el ‘tiguere’ que llevé a todos los lugares y pagaba por él cuando junto a su familia visitaban el país. Cuán ingrato es el mundo.

Pasaron días y meses y no conseguía un trabajo que se ajustara a mi condición de profesional, mas ya para entonces mi tío no me hablaba, sólo escuchaba murmurar a su esposa e hijos. Una mañana me levanté y recordé el cielo con ese mar del Caribe que al unirse hacían el universo más majestuoso y pensé que para vivir de limosnas en patria ajena es mejor morir en tu patria con honores, no de vergüenza en casa ajena. Y decidí partir. Al tío le extendí las manos en señal de gracias por su hospitalidad, él me abrazó diciendo que estaba a la orden pero sentí que su abrazo era más que pena de alegría por mi partida.

Y así fue que regresé a mi patria no sintiéndome derrotado si no valorando lo dejado y entendiendo que muchas veces dejar tu país es una falsa ilusión que se desvanece como los sueños, pues al igual que decía Calderón de la Barca: los sueños son sólo sueños.